martes, 23 de diciembre de 2014

¿Qué son los demonios?

Cuando nos preguntamos qué son los demonios, lo primero que pensamos es que son ángeles caídos; sin embargo, otros han respondido de forma diferente: espíritus desencarnados de gente malvada; símbolos de nuestro lado oscuro; entidades siniestras creadas por nuestras mentes; personificaciones de fuerzas misteriosas; etcétera…


 Muchas veces damos por sentada la existencia de los demonios como meros ángeles caídos; sin embargo, si nos cuestionamos sobre esta creencia desde una actitud de duda abierta a la posibilidad de realidades sobrenaturales, nos tendremos que preguntar qué son los demonios, en el sentido de cuál es la realidad detrás de la creencia en estos seres.


A veces, para responder a esa pregunta, se ha definido primeramente qué es el Diablo, pues éste y sus esbirros están esencialmente vinculados, y así la definición del primero puede condicionar o determinar la definición de los segundos. Veamos ahora algunas de las principales teorías que se han dado al respecto, incluyendo tanto las más convencidas de la realidad demoníaca tal y como la concebimos, como las más escépticas, vengan de la Religión, de la Psicología, del Ocultismo o de otro ámbito.

 Visión cristiana tradicional
 El cristianismo heredó la demonología judía, pero no la concepción demonológica del “judaísmo clásico” sino concepciones muy difundidas en el judaísmo anterior. Por ello, la demonología cristiana será muy distinta de la del judaísmo; y, la demonología que tomará de aquel, concibe a los demonios como ángeles caídos, ángeles réprobos que desobedecieron a Dios y por eso se convirtieron en demonios.
La traducción de la Biblia al griego, que sería la versión más utilizada por los judíos de la diáspora, había traducido “Satán” como diábolos (de donde viene la palabra “diablo”), pero esta palabra tiene una connotación más negativa que “Satán” en hebreo, pues al sentido de adversario y acusador, le añadía un sentido de calumniador, falseador y mentiroso, ausente en el original hebreo. Junto a este giro, hubo otros como el de San Jerónimo, que en su Vulgata (su traducción de la Biblia) introdujo “Lucifer” como nombre propio en un pasaje del Libro de Isaías.

 Resulta entonces claro cómo las traducciones juegan un rol importante a la hora de sustentar planteamientos teológicos; pero, en vez de detenernos a considerar todos esos detalles, pasaremos a resumir los principales puntos de la visión que hoy en día prima en el Catolicismo y en la mayoría de sectores protestantes, excluyendo casos bien originales como Los Testigos de Jehová y Los Mormones… Esos puntos son los siguientes:

 1) Satanás era el ángel más importante y el más cercano a Dios, pero su orgullo le hizo querer destronar a Dios, querer ser más grande que él, por lo que se rebeló junto con muchos otros ángeles que traicionaron a Dios y le siguieron. Consiguientemente, los demonios son ángeles caídos.

2) Los demonios son puro espíritu, no tienen forma definida, pero pueden manifestarse con casi cualquier apariencia.

3) Los demonios no pueden usurpar la libertad humana, no tienen dominio sobre el espíritu del hombre y su intelecto, solo pueden influir directamente en su cuerpo físico, e inducirle ideas y emociones, aunque nunca resoluciones morales o espirituales.

4) Los demonios están donde operan, su presencia se da por contacto operativo, están donde obran.

5) Los demonios tienen jerarquías, muy probablemente nueve, igual que los ángeles, situación que vendría dada porque fueron ángeles.

6) Los demonios no pueden arrepentirse, su voluntad quedó fija después de su caída, y es por esto que Dios no los perdona.

7) Los demonios son absolutamente malvados, se han identificado por completo con el mal.

8) Los demonios se odian entre sí, odian a Dios más que a nada, y sus vínculos de obediencia se dan principalmente por el miedo que los inferiores tienen a los superiores.

9) La finalidad de los demonios es separar al hombre de Dios, llevarlo a la muerte espiritual a través del pecado.

10) Los demonios tienen una inteligencia muy superior a la humana, que comprende las cosas de forma directa antes que por encadenamiento inferiencial.

11) Los demonios solo poseen a alguien cuando la persona, consciente o inconscientemente, les habré la puerta.

12) Los demonios tienen nombres, y el nombre de un demonio debe ser conocido para expulsarlo en un exorcismo.

13) Sus formas de influencia se pueden dividir en: infestación de lugares, objetos y animales; obsesión (pensamientos y deseos recurrentes inducidos por el demonio); opresión (el demonio atormenta a la persona sin llegar a poseerla); y posesión (el demonio toma control de la persona).

14) No tienen sexo, a pesar de que sus nombres son casi siempre masculinos y de que hay demonios femeninos como Lilith: esto se explica porque supuestamente su aparente masculinidad o feminidad no es sino un ropaje simbólico de su esencia espiritual particular, por decirlo de algún modo.


Finalmente, para que tengan una idea más viva de la concepción teológica de los demonios a partir de la concepción de Satanás, citaremos estas conocidísimas palabras que el papa Pablo VI dijo en 1972, preocupado por la creciente duda, dentro de la misma Iglesia, sobre la existencia en el Demonio; veamos: «El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehusa reconocerla como existente; e igualmente se aparta quien la considera como un principio autónomo, algo que no tiene su origen en Dios como toda creatura; o bien quien la explica como una pseudorrealidad, como una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias».
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Visión maniqueísta:
 Según esta doctrina, Dios no habría sido el creador del mal, sino que éste estaba vinculado a las tinieblas y la materia, coexistentes pero anteriormente separadas del mundo de la luz; mediante una compleja cosmogonía, el maniqueísmo explicaba cómo la luz y las tinieblas, antes separadas la una de las otras, habían llegado a unirse parcialmente y cómo era necesario liberar a las partículas de luz atrapadas por la materia; los seres humanos podían liberar sus partículas de luz prisioneras en las tinieblas de la materia si llevaban una vida adecuada.
Ahora bien, puntualizando, tenemos que la cosmogonía maniquea supone la existencia de:

A) Dos naturalezas:
1) La luz, que es el bien, Dios, el espíritu, el reino de la luz. Sus cinco elementos son inteligencia, pensamiento, reflexión, voluntad y razonamiento.
2) Las tinieblas, que son la oscuridad, el mal, la materia, concebida como fealdad, maldad, deseo desordenado y estupidez. Sus cinco elementos son humo, fuego, viento, agua (o barro) y tinieblas. Sus demonios son incontables. El soberano de todo esto y parte de ello es el “Príncipe de las Tinieblas”.

B) Tres tiempos:
1) El tiempo inicial, del pasado, en el que la luz y las tinieblas estaban completamente separadas.
2) El tiempo medio, que es el presente, en el que las tinieblas atacaron a la luz y parte de la luz se ha mezclado con las tinieblas.
3) El tiempo final, en el futuro, cuando la luz y las tinieblas se separen definitivamente.

Todo esto nos hace ver que, en el maniqueísmo, los demonios no son seres caídos ni creados por un Dios-Absoluto, sino entidades ontológicamente opuestas a los seres de la luz, inmutables en sus propósitos y en su esencia, y sin embargo no-eternos; ya que, si bien el “Padre de la grandeza” (Dios de la luz) sí es eterno y coexistente con la luz que le es inmanente y consustancial, el “Príncipe de las Tinieblas” es un derivado causal de las tinieblas (las cuales sí son eternas), y los demonios que le siguen son derivados causales secundarios que, al igual que su líder, intentan conducir al hombre por un sendero que le lleve a identificarse con la materia-oscuridad y, en consecuencia, a perder la luz que tiene aprisionada en su cuerpo y que puede amplificar y liberar si sigue una senda espiritual, siendo posible la reencarnación si en una sola vida no se alcanza la liberación espiritual, cuya vía ha sido ilustrada de formas variadas por humanos superiores enviados por la Inteligencia Salvadora, tales como Jesús, Buda, Zaratustra, Enoc, Mani, Moisés, Pablo de Tarso, Abraham y otros más.

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